viernes, 30 de julio de 2010

¡"Z" "! ¡Estamos en guerra!

La filtración de miles de documentos de la guerra de Afganistán por parte de Wikileaks saca a la luz lo que ya debíamos de presentir pero no podíamos certificar, que lo que acaece en Afganistán es una guerra en toda regla y no una operación de mantenimiento de paz o de estabilidad como nuestros gobiernos nos quieren hacer creer. Por ejemplo, el sitio del Ministerio de Defensa español incluye un pequeño apartado sobre la misión ISAF ("Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad - International Security Assistance Force) en Afganistán, justificada en base a la Resolución 1386/2001 del Consejo de Seguridad de la ONU, que define la naturaleza de la misión y que no ha cambiado en las sucesivas resoluciones que han prorrogado el mandato. Este mandato "establece que la fuerza internacional desplegada en Afganistán debe apoyar a su Gobierno en el mantenimiento de la seguridad, con la finalidad de que éste pueda desarrollar sus actividades en un entorno seguro". La realidad es que el Gobierno afgano está en guerra contra los talíbanes y demás rebeldes y nosotros con ellos también.

Evidentemente la página web del Ministerio ni menciona la guerra, ni batalla, ni habla de conflicto bélico. Todo es muy orwelliano. La manipulación y el control de la información es uno de las armas principales de nuestros ejércitos del siglo XXI, como ya lo fueron en las grandes guerras del siglo XX. La verdad es que sabemos muy poco sobre lo que pasa realmente en la guerra de Afganistán, sobre el terreno, quizás incluso menos de lo que pudimos saber en su momento sobre las guerras I y II de Irak y las manipulaciones y mentiras por ejemplo para quitarse del medio a Sadam Hussein y sus nunca encontradas armas de destrucción masiva. En esas guerras veíamos lo que nos daban los responsables de los medios de nuestros ejércitos y nos presentaba la CNN como hazañas bélicas. La otra cara, la de muertos civiles y destrucción que causaban ambos bandos quedaba para más adelante. Veíamos una guerra de videojuegos. Sin sangre. Sin muertos. Pero las bajas de nuestro lado llegaron, y la realidad por muy terrible que sea no se puede ocultar sine die. Wikileaks y los medios que como The Guardian han analizado la documentación filtrada están revelando la realidad miserable de la guerra y su parte más cruel y oscura. Sin imágenes pero después de ver tantas películas de Hollywood, leer los informes permite imaginárnoslas. Los gobiernos prefieren que olvidemos lo que pasa. Los medios independiente y valientes que filtran los documentos merecen el Nobel de la Verdad.

La guerra necesita el respaldo ciudadano o por lo menos su indiferencia. No informar de lo que está realmente pasando consigue eso. Indiferencia y no tener que debatir o justificar si es correcto estar en Afganistán, y a continuación, sí si es lo correcto, si lo que hacemos allí está bien o no. El Ministerio informa a la "Z", habla de desaceleración mientras que estábamos en crisis, o como el "PP" que piensa que la corrupción en la Comunidad Valenciana acabara prescribiendo en los imposibles vericuetos de la justicia española. Vivimos con unos políticos que prefieren negar lo evidente para no tener que justificar nada.

"Z" se marcó un gran tanto sacando a las tropas de Irak en un plis plas. Sin dar explicaciones. Quería parecer valiente y resolutivo frente a las demandas norteamericanas de más batallones sobre el terreno, y claro está, de más pasta, porque la guerra es un asunto caro, muy caro, y lo que ellos se ahorran en dólares, nosotros nos lo gastamos en euros. "Z" trató de enmendar su error y ganarse de nuevo los favores de Washington enviando las tropas liberadas de Irak a Afganistán. De una guerra a otra, ambas con resoluciones de la ONU se mire como se mire, pero guerras al fin y al cabo. Llevamos años allí y lo de "apoyar a su Gobierno en el mantenimiento de la seguridad" suena castrista, a patra[U1]ña. ¿qué estamos haciendo en Afganistán? ¿qué hemos conseguido? ¿cuántos millones de euros no hemos gastado? El debate está lanzado en las capitales europeas. ¿Qué opinan nuestras Cortes?