viernes, 12 de noviembre de 2010

Bárbaras justificaciones


Primero Blair, luego Bush y el último González (en versión entrevista larga) nos han abierto sus corazones para justificar sus actos más polémicos mientras gobernaban estos mundos. Tarde o temprano todos los ex hacen examen de conciencia, para redondear sus generosas pensiones con suculentas memorias (en el caso de Blair cedidas a las asociaciones británicas de excombatientes) e intentar ganar de nuevo el afecto o al menos la comprensión de muchos de sus súbditos desilusionados con el balance de sus actos y decisiones.


¿Qué tiene en común estos tres gobernantes? La guerra sucia. Sucia fue la guerra de Irak y los GAL. Blair con su falsa sonrisa nos recuerda que non, rien de rien, non, je ne regrette rien , que la invasión de Irak fue justificada porque Sadam era un dictador muy malo. Atrás quedan las nunca halladas armas de destrucción masiva y sus chapuceras maniobras para manipular a la opinión pública para que si no apoyáramos, al menos tácitamente consistiéramos la guerra. Bush es menos escrupuloso y justifica sin tapujos las torturas de asfixia simulada porque sus consejeros le dijeron que eran legales y porque salvaron vidas norteamericanas. Contra la guerra del terror, terror, o lo que es lo mismo pongámonos a su nivel. La ilustración, el Estado de derecho y el derecho internacional por la borda. En cuanto a González, nuestro ex confiesa que pudo volar a la cúpula de ETA, y no lo hizo, aplaudamos pues, pero esto también da a entender que él sabía lo que estaban cocinando y ejecutado las más tenebrosas fuerzas de seguridad del Estado. Y de Roldán y sus fechorías, nada de nada, como los trajes de Camps.


Triste es que todos ellos sean recordados por estos hechos y no por muchos de sus aciertos, que muchos habrá, ya lo creo. Pero estos tres casos muestran que gobernar en tiempos revueltos no es para pusilamenes. El precio a pagar para gobernar es el ejercicio las veces de amoralidad o más bien de inmoralidad, como tan claro lo relató Maquiavelo hace siglos con su clarificador El Príncipe. No llega a ser el primero del partido, el más santo sino el más astuto, persistente y feroz. Es el precio a pagar por vivir en cancillerías y entrar en los libros de historia. O no, siempre tuvieron oportunidad para cambiar de parecer, decir que no, cambiar el rumbo de las cosas, renunciar . Y no lo hicieron.


Bueno sería que nuestros gobernantes escucharan más a menudo Killing in the name of de Range Against The Machine y qué ejemplarizante sería que Blair, Bush y Gonzáles hubieran respondido a sus consejeros Fuck You, I Won't Do What You Tell Me a la hora de la verdad.

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