La semana pasada el barrio europeo estuvo paralizado debido a una protesta del sector de la pesca. El malestar del sector llegó también a las puertas de la capital de nuestro imperio, pero esta vez nos dejaron entrar en el trabajo mientras que en diciembre Greenpeace amuralló la entrada principal del Consejo. El dispositivo de seguridad fue impresionante, parecido al que padecemos cada vez que hay una cumbre europea de jefes de estado. Y a pesar de ello hubo incidentes, incluso después de haber tratado alejarlos algo de las instituciones. Supongo que no es conveniente que puedan perturbar el trajín diario de la fábrica europea.
Sin embargo, haberlos alejado no significa que los problemas del la pesca vayan a desaparecer por arte de magia. El coste de la vida, o para ser más exacto, el coste del diesel está haciendo que la actividad pesquera sea más cara y menos rentable. Lo mismo pasa en otros sectores dependientes del petróleo, y ya han habido protestas de agricultores, taxistas, transportistas etc. en varios países europeos. Es tiempo de crisis y no parece que la situación vaya a mejorar a corto plazo. La OPEP no está por la labor. Pescar no es sólo una actividad peligrosas sino también cara. La crisis del sector es parecida a la que vivió el carbón en décadas pasadas y si no se toman medidas pronto, los pueblos gallegos y de otras regiones dependientes de la pesca van a parecer los pueblos de la cuenca minera asturiana, que viven gracias a subvenciones y jubilaciones pero sin saber cuanto van a durar. Y después ¿qué?
El problema es también ecológico pero supongo que ahí el sector prefiere callar. Los mares están cada vez más vacíos mientras que el consumo de pescado ha aumentado significativamente. Los gallegos y sus semejantes donde los haya, que pescan por naturaleza y necesidad, tienen que salir a faenar cada vez más lejos de casa, y entre tanto, de forma paulatina, los países con caladeros están echándolos (ver Marruecos), reemplazándolos (normal, ellos también tienen derechos a beneficiarse de sus recursos), y lo que es peor, copiando esta ansia humana de llenar bodegas sin mesura. Y el mar terminará por convertirse en un desierto. La acuacultura puede llenar un hueco, como los biocarburantes, pero es un parche y la industria aplica las mismas técnicas de la ganadería intensiva, por eso el salmón es ahora tan barato y atiborrado de antibióticos. Esto no es sostenible. Los días de pescado barato, como de diesel barato, parecen haber terminado. Hay que optar por pescar menos para ganar más, por la calidad, por gestionar los recursos de forma más sabia, más sostenible, pagar el precio justo que requiere otro tipo de gestión y buscar alternativas. No va a ser fácil. Visitar los pueblos y ciudades que vivieron del carbón puede ayudar a soslayar y tratar de evitar lo que nos viene encima.
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