jueves, 28 de mayo de 2009

Los sin brújula

Sami Naïr nos recordaba en El País la necesidad de reinventar Europa. Suena aznariano y a segunda transición. No me gusta esto de reinventar. Cierto, el último decenio no ha sido muy positivo para la integración europea. Europa anda zombi, como alma en pena, parece que ya no quedan proyectos comunes ilusionantes y Naïr lo clava afirmando que es sorprendente en la crisis actual la impotencia de la Comisión Europea. Yo diría desidia. La Comisión Europea es fundamental para tirar del carro europeo. Entre otras Naïr lo achaca a su dogmatismo librecambista, al sueño liberal de su política de la competencia, que es su mejor arma o la única que verdaderamente conserva, pero se ha olvidado de otros objetivos tan o más elementales como la creación o el mantenimiento de empleo, que en leguaje liberal es a menudo sinónimo de perdida de competitividad, de anquilosamiento. También atina cuando afirma que los dirigentes de la Comisión ya no las ven venir, no se percatan de nada, no prevén nada. Les falta ambición y voluntad. Mejor no molestar. Y la Comisión debe de molestar, como hizo Delors, para remover conciencias y hacer avanzar la integración europea. La Comisión es el primer símbolo de Europa. Para lo bueno y lo malo. Todos sabemos quién es el presidente de la Comisión pero nadie conoce al presidente del Parlamento o los diputados europeos, esos a quienes vamos a elegir la próxima semana.

 

Hay, pues, que aprobar el Tratado de Lisboa. O lo que sea. Si falla como ha fracasado el proyecto de Constitución Europea, deberíamos finiquitar el sistema actual de reforma de los tratados. La ampliación a 27 dicen que ha sido un éxito, ha logrado reunificar Europa, pero tanta diversidad ya no faculta la integración. El euro ahora sería imposible. Llevamos más de una década desde la declaración de Laeken de 2001, en la que la UE se comprometía a ser democrática, transparente y eficaz, anhelando acercar Europa a los ciudadanos y avanzar en el proceso de integración. Pero ya no salen las cuentas. La diversidad es una arma de doble filo y somos demasiados países con intereses o visiones muy diferentes sobre el futuro más cercano. Una encrucijada más se avecina. Los Estados más federalistas tendrán que salir a la palestra y avanzar por su cuenta. El modelo es el euro, que es lo más federalista que hay, y un ejemplo a seguir porque sólo están los que han querido. Es una Europa a la carta porque el modelo de plato único no es adecuado. Y estas elecciones europeas que se avecinan no harán nada para cambiar las cosas, porque falta proyecto, falta ilusión. El Parlamento sale del armario pero está sin dirección, sin brújula o GPS, como la Comisión de Barroso, inconsecuente, ¿Estamos perdidos? Veremos.

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