Rebobinemos. La UE ratificó el Protocolo de Kyoto en 2002 ─por cierto durante la presidencia española cuando Jaume Matas, el del palacete en Palma, era Ministro de Medio Ambiente ─ pretendiendo reducir sus emisiones un 8% con respecto al nivel de emisiones de 1990. También estableció un mercado de intercambio de emisiones que está en la City de Londres y que vistos los resultados parece no más que un chiringuito financiero. La UE ambiciona ahora reducir el nivel un 20% en 2020 en comparación con los niveles de emisiones de 1990 y condiciona a aumentar la reducción hasta un 30%, si el esfuerzo mundial es mayor. En Copenhague la oferta europea cayó en saco roto y el mundo sólo convino a no aumentar la temperatura en el planeta más de 2º C, límite a partir del cual los consecuencias climáticas serían probablemente irreversibles y se supone catastróficas. No se fijaron reglas ni objetivos concretos por lo que cada país continuará a hacer de su capa un sayo.
¿Quién tuvo la culpa? China es la gran responsable para algunos por no querer sacrificar su crecimiento económico pero obvian que China podría exigir el derecho a contaminar a un nivel per capita equivalente al norteamericano o europeo. Su nivel actual per capita es ciertamente menor. América reniega aún a objetivos apremiantes y Obama no se mojó porque no tiene apoyo del Capitolio para más. El mundo en vías de desarrollo preguntaba quién iba a compensar su renuncia a no contaminar. Otros incluso acusan a la propia Dinamarca por tratar de negociar un acuerdo en petit comité, sin tener en cuenta el trabajo multilateral realizado durante dos largos años por la ONU. Y luego están los europeos, que se quedaron a dos velas, ninguneados por las naciones emergentes, Brasil, China, India, Sudáfrica, por su inaudita candidez lo que le sirve para traer acolación al antiguo primer ministro belga y ahora eurodiputado Verhofstadt que si la UE no se federaliza de una vez por todas, terminará por convertirse en la Suiza del mundo.
La demanda de energía en el mundo se va a duplicar de aquí al 2050 pero las emisiones deben reducirse la mitad para mitigar el cambio climático. Nuestro modelo actual de crecimiento económico es voraz en recursos energéticos y por lo tanto debe cambiar ¿Qué hacer? Un contrato mundial como se esperaba en Copenhague no es probable mientras estemos metidos en una tragedia de los comunes, que cómo describió Hardin en la revista Science en 1968, refleja una situación en la cual individuos que actúan por interés propio, de manera racional pero cada uno por su cuenta, acaban destruyendo un bien común ─el clima en nuestro caso─ sin desearlo en primer lugar. Bjørn Lomborg ─en su día escéptico con el cambio climático─ aboga en el FT por un cambio de enfoque no tan centrado en las políticas de mitigación de emisiones sino en invertir 50 veces más de lo que hacemos en la actualidad (que significaría 100 billones de dólares cada año) para lograr el cambio tecnológico que reduzca nuestra dependencia de las energías fósiles. Entre tanto, el siglo XXI pertenece a Asia, por crecimiento económico y población y no creo que vayamos a conseguir mucho hasta que China (y la India) cambien de parecer. China necesita fuentes ingentes de energía, principalmente del carbón, que es su recurso principal y cada semana inagura una o dos centrales térmicas de carbón para cubrir sus necesidades y poder exportar esos productos baratos que tanto nos gustan en occidente. La India va por el mismo camino. Sin ellos a bordo, y sin cambio de modelo, nos vamos a calentar de lo lindo. Produce escalofríos pensarlo.
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