Klaus Schwab que vive de organizar Davos ─esa xuntanza en la nieve que sirve de excusa para que los ricos visiten sus cuentas bancarias en Suiza y se codeen con más poder y dinero que en la Asamblea General de Naciones Unidas─ escribe hoy en El País para invocar la necesidad de impedir que nuestro mundo se venga abajo.
El título retrata la mentalidad de muchos de los que dirigen el mundo en estos momentos. Sólo pensamos en nosotros mismos. La mayoría de la población de este planeta nuestro recalentado transita por la vida sin ver un rayo de esperanza, por lo que en realidad poco tiene que perder si se viene el mundo abajo. La crisis también les afectará, no cabe duda. Es la razón de ser del capitalismo tal como lo hemos vivido esta última década, beneficios para unos pocos y problemas para la gran mayoría. Y los pobres de verdad ya no tendrán ni ese mísero y devaluado dólar al día, suficiente para morirse con el estómago vacío. Sobrevivir debe de salir más caro.
No quiero malinterpretaciones. No deseo que mi mundo se venga abajo sino ese mundo que nos ha llevado a la situación actual. Tengo mucha suerte. Posiblemente porque nunca anhelé ser rico sino vivir bien, y en esta complicada ecuación el dinero es sólo un factor más, que ayuda pero no asegura bienestar.
Termino que hoy suena esta entrada a catecismo barato, y de la Iglesia ya se ocupa, y muy bien para ellos, "Z". Esta canción de REM (It is the end of the world as we know it, and I feel fine - Estos es el final del mundo tal como lo conocemos y yo me encuentro bien) viene como anillo al dedo para ilustrar los tiempos sin pudor que corren y brindar con el Señor Schwab por un mundo mejor. ¡Qué la codicia es un pecado capital muy feo!
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